¡Otra vez, cuéntalo otra vez! – gritaba entusiasmada Ovejita aplaudiendo con sus cortas patitas. Dragón Cartón de Huevos, instalado como estaba en lo más alto de la estantería, divisaba a todos los clientes que entraban en la librería. También a los que se quedaban un ratito charlando con la librera desde la puerta. De esta forma Cartón de Huevos se enteraba mejor que nadie de las conversaciones y de todos los intríngulis de la vida cotidiana de la tienda. Carmen, una abuela de ochenta y ocho años, pequeña y vivaracha le contaba que tenía nietos muy mayores, pero que un vecinito suyo, de apenas cinco años, había sido su gran alegría en los duros días de confinamiento en casa y ahora siempre que podía le lleva un cuento clásico de aquellos que tanto le gustaban. La anciana pasaba un ratito conversando de sus cosas. Le gustaba tricotar… (interrumpe Ovejita)
¿Tricotar, ¿Qué es eso? – preguntó Ovejita interrumpiendo. Pues tricotar es hacer punto a mano o con máquina tejedora. Puedes hacer bufandas, rebecas, gorros de lana. – respondió Merceditas. Prosigue por favor, Cartón de Huevos. Pues bien, Carmen está haciéndose una bufanda para el invierno y así invierte el tiempo. Antes les hacía labores a sus nietos, pero como ahora son muy grandes pues ya no quieren gorros, ni bufandas, ni labores artesanales de la abuela. ¡Qué pena! ¿no? – intervino Borja, la hormiga. Buenos son otros tiempos. Prosigo, -continuó diciendo Dragón Cartón de Huevos-. Todos los lunes, primeros de mes, visita la librería Rodolfo, un abuelo oriundo de Argentina, grandísimo lector de Borges… -¿Quién es Borges, y qué es Argentina, y qué significa oriundo? Preguntó Ovejita -¡Uf! ¡Si estás interrumpiendo cada dos por tres no va a terminar nunca y yo quiero comer! – Gruñó Cerdito Rosa -Luego te lo explico, Ovejita. – Comentó Sofía, la vaca Borges es un gran escritor argentino, oriundo significa que su origen es de Argentina que es un país de América, pero después te lo explicará mejor Sofía. Bien, ¿por dónde íbamos? Ah, sí por Rodolfo, este señor tiene ochenta y un años. Vive en una pedanía cercana a la ciudad y le encanta leer y le gustan los libros. Dice que en su casa tiene más de mil quinientos volúmenes, de los cuales ha leído cientos. Le gustan los libros “de viejo”, pero esos que son muy raros o son muy antiguos. Con la librera echa un buen rato hablando de cuentos, y después inspecciona las estanterías de la librería para ver si ha llegado algo interesante. Tiene dos pequeñas nietas que viven lejos. Él no puede ir a visitarlas por motivo del COVID-19, y se siente muy triste y algo solo porque las echa mucho de menos. Hace videollamadas con ellas, es muy gracioso porque dice que las llama ratitas, bombones, ratoncitos, muñecas, sinvergüenzas… ¿Qué nombres más raros, no os parece? Pues sí. Si, a mí me llamaran ratoncita, me disgustaría muchísimo. Yo no soy un ratón. – Comentó Mimí, la pequeña muñeca de trapo. Sí, sí, eso le dice su nieta y entonces Rodolfo suelta una sonora carcajada que deja ver su desdentada boca. ¿Y sabéis?, el otro día llegó otro octogenario, un señor muy elegante, apoyado en un bastón. ¿Octo…qué? -Preguntó intrigada Ovejita ¡Madre mía Ovejita, cállate! -Gritó enfadado Cerdito Rosa Ovejita comenzó a gimotear y en voz muy bajita susurró – ¡Es que no me entero! Merceditas, que estaba a su lado, le susurró al oído lo que significaba octogenario y le secó las lágrimas estrechándola contra ella. ¡Venga prosigue! – dijo Merceditas. Este señor buscaba un libro para una señora amiga suya. – Continuó hablando Cartón de Huevos- Un libro dijo textualmente, “que fuera entretenido, elegante y romántico”. Estuvieron la librera y él un buen rato buscando la novela adecuada. Este vetusto señor llevaba quince años viudo, y ni un solo día se había olvidado de su querida esposa. Ahora en la vejez y en la soledad de estos días grises había encontrado consuelo con la amistad de una elegante anciana, viuda igual que él, y ambos se consolaban y acompañaban mutuamente. Pero el caso más curioso de estos últimos días, ¿sabéis cuál fue? Ja,ja,ja,ja, -comenzó a reír estruendosamente Cartón de Huevos al recordarlo-. Pues veréis os cuento; un matrimonio de mayores estuvo un buen rato parado frente al escaparate de la librería, discutían silenciosamente. Miraban el escaparate atentamente una y otra vez, hablaban en voz baja, volvían a discutir. La librera no se atrevió a salir para preguntar si deseaban algo, y al cabo de un buen rato el anciano asomó la cabeza por la puerta de la librería y preguntó,
¿Tienen escobillas del wáter? -No, esto es una librería. – aclaró su dueña. Desde la calle la anciana le recriminaba la pregunta a su esposo, y como vencedora de la disputa reclamaba su premio, una disculpa. La librera se llevó la mano a la boca sonriendo interiormente. Pero en verdad el anciano tenía razón antes de nuestra librería aquel pequeño local fue una ferretería. Algunos de estos clientes de más edad, le cuentan en animada conversación batallas del pasado, anécdotas, y como disponen de todo el tiempo del mundo, se toman un té y dedican sus cautivadoras historias a quién está dispuesta a escucharlos. Algunos se animan y recitan con memoria prodigiosa poemas aprendidos en su lejana niñez. Le brillan los ojillos y sonríen satisfechos al comprobar que aún son capaces de hilvanar versos, Juan nos regala esta estrofa mientras sale por la puerta ufano. “Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela, un velero bergantín: bajel pirata que llaman por su bravura el Temido, en todo mar conocido del uno al otro confín.” Canción del pirata. Espronceda Otros en cambio pasaban tímidamente, saludaban y echaban un vistazo al escaparate. Un abuelo en concreto visitaba la librería casi todos los días. Formaba parte de su paseo diario, entraba dentro de su recorrido y de sus “mandaos” cotidianos, como llama él a sus tareas. Llegaba con su pan recién comprado y echaba un ratito de charla con la librera sin interrumpirla. Hablaban del tiempo, de la pandemia, de la vida, de los hijos y los nietos, del pasado y del futuro. Ella lo esperaba siempre a última hora de la mañana cuando el frío sol de invierno calienta las calles. Él decía que antes no merecía la pena salir porque estando jubilado no están puestas las calles tan temprano para ellos. Era este el ratito que más le gustaba a la librera, el que pasaba con su padre.